"Escribindo sobre o río Miño"

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¿Por qué no hay lucios en el río Miño?  Jose Ramón (Argibay)

A miña primeira troita. Secundino Lorenzo.

 ¡Como te hemos transformado río Miño!. Ricardo Gago.

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¿Por qué no hay lucios en el Miño?

Lucio. Esox lucius.

 

Historia enviada por Jose Ramón Rodríguez (Argibay) (Ver Nota)

 

Esta es una historia que sucedió en el año 1987. Me la contó un interventor de Renfe del que no tengo el menor motivo para dudar de su sinceridad, pues lo conozco muy bien.

 

Un día de verano, viajaba este hombre de servicio en el tren correo que salía de Ourense a las tres y media de la tarde y llegaba a Medina del Campo hacia las ocho.

Una de las paradas que había en este trayecto era el apeadero del pueblo de Manzanal del Barco, en la provincia de Zamora, que estaba muy próximo al viaducto que cruza el embalse de Ricobayo, en el río Esla, donde abundaban (y aún abundan) los lucios, barbos, carpas y back-bass. Los lucios de este embalse tenían fama por el tamaño que alcanzaban, y se hablaba de un ejemplar pescado por el cura de un pueblo que llegó a pesar 22 kilos (el lucio, no el cura).

 

Muchos pescadores de Zamora cogían un tren que salía temprano de esta capital, se apeaban en Manzanal y regresaban en el tren correo que pasaba por el apeadero hacia las seis y media de la tarde; por eso en este tren solían verse muy buenos ejemplares de lucio cuando había habido suerte en la pesca. Por cierto, los pescaban con material muy sencillo: una caña de lance ligero, un hilo del 0.22 ó 0.24 con un cable de acero en la punta, y una cucharilla muy grande o un pez artificial. También con pez vivo. Los lucios, a pesar del tamaño que pueden alcanzar, suelen tirar muy poco y raras veces rompen el hilo.

 

Nuestro interventor inició su fiscalización de billetes en la estación de Ourense-San Francisco. Departamento por departamento, iba  viendo los billetes y anotando los destinos de los viajeros. Uno de aquellos departamentos iba ocupado por un único viajero: un joven de unos treinta años (una edad parecida a la del empleado de Renfe) que llevaba por equipaje una caña de pescar plegable con su carrete, una pequeña mochila… y un caldero. Al interventor le chocó mucho aquel caldero.

   ― ¿No sería mejor una cesta que un caldero? ―se dijo.

En fin, se encogió de hombros y continuó su labor de intervención.

Como era un día entre semana y no había muchos viajeros, terminó pronto su primer vistazo al tren. Al paso por la estación de Vilar de Barrio no se le había ido de la cabeza el dichoso caldero. Algo no le cuadraba.

 

Sabía que su ética profesional no le permitía hacerles preguntas personales a los viajeros, pero decidió hacer una excepción: fue al departamento del pescador y, para romper el hielo y como ya sabía que se bajaría en el apeadero de Manzanal, le dijo:

   ― Así que a pescar lucios, ¿no?

   ― Pues sí: voy a ver si cojo alguno grande, que los hay ―respondió.

   ― Y… ¿te va a caber en ese caldero? No lo creo… ―dijo el revisor, sonriendo.

   ― También los hay pequeños, y sé donde están. Voy a coger unos cuantos.

   ― ¿Y para qué quieres esos lucios pequeños? ―le preguntó el ferroviario, que ya empezaba a comprenderlo todo.

   ― Los traeré en el caldero con un poco de agua, y los soltaré en el Miño; así no tendré que viajar hasta Zamora a pescar lucios. ¡Los voy a tener a la puerta de casa!

   El interventor se rascó tras la oreja y murmuró: «Bueno, bueno…».

   Salió del departamento, pues su trabajo lo reclamaba. Mientras veía más billetes, fue elaborando una estrategia.

   Al paso por la estación de A Gudiña, y después de ver a los viajeros que habían subido, volvió a entrar en el departamento del pescador de lucios. Le preguntó:

   ― ¿Sabes lo que es un lucio? ¿Sabes cómo viven estos peces, qué comen, lo buenos cazadores que son y cómo se reproducen?

Él sabía que comen de todo y cómo viven ―por eso sabía dónde estaban los pequeños―, pero no sabía cómo se reproducían. El ferroviario se lo explicó:

   ― Frezan entre febrero y abril, y una hembra de cinco kilos y medio puede dejar en el río 180.000 huevos. Una sola hembra.

   El viajero levantó las cejas, y el interventor continuó hablando.

   ― Si una sola hembra de lucio se reprodujera en el Miño, aunque no fuera muy grande y no soltara tantas huevas la cosa ya no tendría remedio: en pocos años colonizarían la zona y ya nada sería igual. Los lucios remontan los ríos y colonizan también las zonas de corrientes, poniéndose al acecho en los bordes de ellas. Pronto las poblaciones de bogas, escalos y truchas sufrirían un enorme bajón, y los lucios serían ya imposibles de erradicar. Otros pescadores poco responsables, o ignorantes del daño que pueden hacer, los extenderían por los embalses y charcas de la provincia, como ya están haciendo con los black-bass. Pero lo que más me entristece no es este panorama; lo peor de todo es que las generaciones futuras de pescadores gallegos te maldecirán para siempre, porque se perderá un capital tan valioso como el que aún posee el Miño. Ya se perdieron los salmones y otros peces que remontaban del mar, ¡y ahora nuestros peixes, escalos y truchas…!

   El pescador escuchaba en silencio. El ferroviario se olvidó por un momento de atender a los demás viajeros, y continuó:

   ― Piensa despacio en esto que te acabo de decir. Quizá estén en tus manos las poblaciones tradicionales de peces en el Miño ourensano, sin ser tú consciente de ello. Ahora ya conoces las posibles consecuencias de traer esos peces tan voraces. Es más: te pido en nombre de todos los pescadores, y en el de las futuas generaciones, que no lo hagas.

   El viajero seguía pensativo, y el interventor se fue a sus quehaceres.  Lo vio apearse con su caldero en el apeadero de Manzanal del Barco, y ya nunca lo volvió a ver.

 

Hasta aquí llega el relato de aquel suceso. Nunca a sabremos si aquel pescador tomó conciencia de los riesgos gracias a la advertencia del interventor, o si, no haciéndole caso, no consiguió pescar sus lucios pequeños porque aquel día no picaban o no dio con ellos.

Sea cual fuere la verdad, lo cierto es que no hay lucios en el Miño.

 

--o--

Nota: José Ramón Rodríguez  (Argibay) es un afamado pescador del río Miño, un maestro que ha pescado en no pocos ríos gallegos y de otras latitudes.

Es autor de un sensacional libro "Maestros Montadores de moscas para la pesca", de Ediciones  Tutor publicado en 2012. Un libro maravilloso que tengo la suerte de tener en mi biblioteca.

Pescador desde los doce años de la mano de su padre un experimentado pescador.

Para esta página web y concretamente para este trabajo sobre el río Miño es un honor contar con trabajos, anécdotas e historias  de Argibay que es como se le conoce en este mundillo de la pesca.

Muchas gracias.

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