Los últimos ríos vírgenes
Donde las
truchas aún se bañan

Río Selmo en
Ferramulín. Fotografía de Martina Miser.
Tras decenios de
abusos, los cauces
gallegos han dejado
de ser lo que eran,
aunque, no sin
dificultades,
todavía es posible
encontrar alguno que
ha resistido la
presión y la codicia
-
Jorge
Casanova
16/08/2008
La
escena se produjo un
día de pesca de
1995. Don Manuel fue
recibido con todos
los honores en
Ferramulín, el
último pueblo de la
sierra de O Courel
antes de la frontera
con León. Allí, el
entonces presidente
de la Xunta pensaba
medir su talento con
la caña en los
legendarios ríos de
la zona,
excepcionalmente
cristalinos y muy
capaces de dejar a
cero a los más
expertos pescadores.
Antes de ponerse a
la faena, un paisano
de 80 años se acercó
al presidente y le
recordó lo limpio
que bajaba el río y
lo nutrido que
estaba de truchas:
«Pero o río deixará
de estar así se
constrúen a
minicentral». Ni la
pasión por la pesca
de Fraga consiguió
atemperar su febril
defensa de las
minicentrales: «Mi
querido amigo, no
tema das
minicentrais non hai
nada que facer», le
contestó el
presidente que,
desde luego, tampoco
esperaba la
respuesta del
abuelo: «Fagan o que
queiran, logo. O que
constrúan polo día
hei de tiralo abaixo
pola noite. Coa miña
idade, xa non me van
meter na cadea».
Así
recuerdan el
episodio los
testigos que aún
quedan en Ferramulín.
Entre ellos, el
Selmo y el Visuña,
los dos ríos de
cuento que se unen
en el pueblo y que
se salvaron por la
determinación de
vecinos y
ecologistas de la
voracidad
hidroeléctrica de
aquel Gobierno.
Muchos otros cauces
que se conservaban
aún vírgenes en los
ochenta, corrieron
la suerte contraria
y añadieron a sus
problemas naturales
el estrangulamiento
que supone el
aprovechamiento
energético, hasta el
punto de que hoy en
día es prácticamente
imposible encontrar
cauces en Galicia
absolutamente libres
de infraestructuras,
vertidos o la
presión de grandes
poblaciones.
Desde
luego, para quienes
busquen la absoluta
pureza fluvial, el
viaje a O Courel es
imprescindible. En
la sierra nacen
algunos de los
cauces más hermosos
del país. La
paupérrima
demografía ha jugado
siempre a su favor y
la singular
configuración
calcárea del macizo
les confiere un
aspecto cristalino
absolutamente
subyugante.

Río Lor na
Labrada. Foto de
Secundino Lorenzo.
Insectos,
truchas y nutrias
El
Lor, el Lóuzara o el
Soldón son algunos
de los cauces que
mantienen su
fascinante
morfología en buena
parte de su
recorrido, a pesar
de haber sido
gravemente heridos
ya por las
minicentrales o la
actividad pizarrera,
otra de las grandes
patologías (la
principal tal vez)
que machaca la salud
de los ríos de la
zona. El Visuña, sin
embargo, se mantiene
virgen en sus
escasos seis
kilómetros de vida
aportando al Selmo
una corriente limpia
que discurre hacia
León cargado de vida
y, como bien saben
los pescadores, de
truchas, a pesar de
su fama de capotero.

Río Selmo.
Fotografía de Miguel
López Caeiro.
Unos
pocos kilómetros más
arriba de la
confluencia de ambos
cauces, el Selmo
regala una serie de
abruptas caídas a
las que se ve
obligado para salvar
un desnivel de mil
metros en menos de
un kilómetro. De
todas ellas, quizás
la fervenza de
Vieiros, ya en el
municipio de
Quiroga, es la más
hermosa con una
altura de unos
veinte metros, desde
donde el agua se
precipita de un solo
salto a un remanso
cristalino en un
paraje de una
belleza imposible.
La fervenza de
Vieiros dispone de
un sendero desde la
carretera que la
hace accesible para
cualquiera con un
mínimo de
resistencia, a pesar
de lo cual, por el
momento, su entorno
se mantiene sin
huellas humanas más
allá de los
agradecidos senderos
de pescadores que
permiten andar el
río unos centenares
de metros hasta
atiborrarse de un
paraje cuya
hermosura roza el
empalago y que,
gracias a la
ausencia de
minicentrales y
vertidos, le permite
mantener su
ecosistema
prácticamente
intacto, desde los
más pequeños
invertebrados donde
se inicia la cadena
trófica hasta
mamíferos como las
nutrias, cuyas
habilidades para la
pesca pueden verse
incluso desde
algunos balcones de
Ferramulín.
El jardín de las
sobreiras
Tras
empaparnos
literalmente de la
infinita belleza del
Selmo, buscamos más
ríos vírgenes.
¿Queda alguno? La
consulta con los
expertos siempre
deja algún pero:
donde no hay una
minicentral hay una
piscifactoría, y
donde no, vertidos.
Así que bajamos un
poco el listón y
atacamos el Arnego,
un cauce que nace en
la serra do Faro y
corre por la comarca
del Deza para
dárselo todo al Ulla
en Porto de Mouros.
Al amor de su
discurrir se agrupan
los mayores
alcornocales de
Galicia visitados
con una frecuencia
que ratifican los
ribereños a quienes
se dirigen los
turistas.

Río Arnego.
Fotografía de Manuel
Busto.
Con
un caudal mayor que
el Selmo, el Arnego
es un río truchero,
para el que conviene
sacar coto con
antelación. Los
salmónidos, un buen
termómetro para
medir la salud
fluvial, ya no son
lo que eran, dicen
los viejos, pero no
cabe duda de que el
río está sanote a
pesar de la sombra
de dos minicentrales
proyectadas y
sometidas a la
moratoria actual que
ha supuesto un parón
en la hemorragia de
las dos últimas
décadas. A la buena
conservación que
mantiene el cauce,
ya le ha brotado
algún área
recreativa a la que
ir a comer la
tortilla que, de
momento, no ha
afectado demasiado
al tramo de río, con
una variada y
exuberante
vegetación marcada
por el referente de
las sobreiras que lo
singularizan.

Río Arnego- As
sobreiras están a
vista. Foto de
Manuel Busto.
El
Arnego es un caso
único, por su
dimensión y su
estado de
conservación, aunque
muchos otros cauces
del país, la
mayoría, conservan
parajes
extraordinarios y
una calidad
incontestable en sus
tramos altos. La
orografía y el clima
de Galicia juegan a
favor de su
patrimonio fluvial.
Los gallegos, por lo
visto, han hecho lo
contrario, aunque
algunos expertos
aportan esperanza:
«La educación es
básica y la actitud
de mucha gente para
con los ríos ha ido
cambiando», razona
el hidrobiólogo
Fernando Cobo. El
río ya no se
entiende como una
vía de eliminación
de los residuos
domésticos y, de
momento, parece que
el festival de
minicentrales se ha
detenido. Aunque la
virginidad es algo
que nunca se
recupera: «Es verdad
que hay una calidad
aceptable de las
aguas en muchos
tramos altos, pero
la vegetación de
ribera está muy
deteriorada»,
asegura Cobo,
director de la
Estación
Hidrobiológica del
Con, en Vilagarcía,
quien recuerda que
una cuenca es una
unidad y no solo la
mejor parte del río.

Río Soldón.
Fotografía de Miguel
López Caeiro.
El
caso es que en
Ferramulín, los
saltos de las
truchas -«Se bañan»,
dicen los
ribereños-son
perfectamente
audibles y visibles,
la exuberante
mosquitada sobre el
río las mantiene
entretenidas en los
cauces del Selmo y
del Visuña, que
corren alegres y con
un aspecto y una
salud no muy
diferentes a los que
tenían hace
cincuenta años. O
quinientos; cuando
ya había gallegos
capaces de sacarles
las truchas y que
creían que el río
seguiría más o menos
igual hasta el día
del juicio final.

Fotografía de Xurxo Lobato. Courel.
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El artículo está sacado de este
link que
aparece en La Voz de Galicia el 16/08/2008
Las fotografías y su colocación son obra del autor de la web. |